Héctor Cisneros Vázquez se inició en el mundo de las letras cuando tenía sólo 16 años. A partir de allí no volvió a soltar la pluma: estudió un diplomado (SOGEM), la licenciatura (UACM) y una maestría (University of Texas), todas en la especialidad de Creación...
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El dolor de separarnos de las personas que amamos es tal, que el psicólogo ruso Igor Caruso ha señalado que las más de las religiones prometen el reencuentro con aquellos de los que nos ha separado la muerte. Así, si uno se apega a un sistema de creencias determinado, tiene una conducta de acuerdo con ciertas normas morales, o sigue líneas de pensamiento específicas, se le recompensará después de la vida con ir a un paraíso donde se reunirá con aquellos seres queridos que se adelantaron en el camino de la muerte.
Sin embargo, en la cultura mesoamericana, para volvernos a reunir después de la separación insuperable de la muerte, uno no tiene que ir a ningún lado. Son ellos, nuestros muertos, los que vienen. Uno tampoco tiene que cumplir con unas normas morales, ni seguir reglas específicas de comportamiento, ni adoptar un sistema de creencias, ni siquiera debe esperar a llegar al final de la vida. En el día de muertos la reunión se da, simplemente porque sí, porque nuestros muertos nos aman, y porque nosotros los seguimos amando en nuestro recuerdo. Incluso, para los antiguos mesoamericanos, uno ni siquiera tenía que esperar hasta el día de muertos para el reencuentro, pues los guerreros fallecidos en batalla eran las aves de canto matutino, y las mujeres muertas en parto, las mariposas.
Para los purépechas, las mariposas monarca son los antepasados que regresan. No sólo la llegada de estas mariposas coincide con la celebración de día de muertos, sino que su color es el del cempaxochitl o tonaxochitl, es decir, el del sol que renace en el amanecer. Y la migración de las mariposas monarca es eso: un morir para renacer. Las monarcas llegan a los bosques de la purépecha para ivernar, para quedarse quietas, dormidas en los árboles, para morir un poco… y después, con la proximidad de la primavera, revolotear con el sol más cálido, pintar el cielo de naranja, reproducirse y, como la vida, volver a marcharse. El suelo del bosque se queda pintado de una hojarasca que no es sino las alas de las mariposas muertas, y uno debe de caminar con cuidado porque, entre los pasos sobre la muerte, uno no sabe si, de pronto, una de ellas volverá a agitar las alas y alzará el vuelo para marcharse hacia el norte, el mictlampa.
Esta pintura está hecha con hojas de las plantas de los santuarios de la mariposa monarca, donde se posaron mis ancestros y donde los espero cada año. Por todo esto me gusta el día de muertos, más que cualquier otra fecha de los calendarios paganos o religiosos; por eso soy mesoamericano, y por eso entiendo mi labor de escritor como un tlacuilo.
Retoña una monarca
como una flama que aleteando quema
la muerte y la hojarasca.
—Héctor Cisneros Vázquez
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